domingo, 3 de abril de 2011

Línea de Mira


El amor en tiempos
de carnaval
Escribe: Cristian Ángel Meléndez Obregón

Qué ocurrencia, hablar del amor en febrero, nada más previsible. Lo curioso es que siempre febrero me encuentra sin más compañía que mi sombra, ningún catorce de febrero lo he pasado en brazos del amor, o en todo caso en los labios de una hermosa mujer. Así que escribir sobre el amor será un ejercicio masoquista que me atreveré a hacer, una vez más.

He tratado de engañarme, sabiendo de antemano que iba a golpearme con el muro de la realidad. He dicho varias veces que las quería y hasta que las amaba (qué egoísta he sido) pero aunque no era falso tampoco era verdad en toda la extensión de la palabra. Más que quererlas me quería más a mí, y mi declaración de amor era un desesperado, una agónica petición de amor. He sido un tanto cínico, tal vez, con el amor. Lo he pagado con la soledad, con la tristeza en mi equipaje.

En algún momento he perdido el rumbo y mis castas ideas del amor se extraviaron en el camino, aquellas ideas de un amor inmaculado donde incluso el roce de los labios era demasiado atrevimiento. He andado las sendas donde Afrodita paseaba y ha acariciado mi piel la cálida brisa de su éxtasis. Como dije, he sido un tanto cínico con el amor. Pero todo ese caminar no me ha servido sino para anhelar volver a ordenar mis pasos, consciente que si no lo hago voy a perder lo mejor de mí, mi humanidad.

Jugar a amar, amar jugando ¿por qué llegué a creer que se podía jugar con el amor? Puede que porque otras habían jugado a amarme. Si la esencia del carnaval es el juego, la burla, la absoluta falta de formalidad entonces hay mucho de carnaval en el amor de nuestros días y poco, poquísimo amor en un mundo que vive como si la vida fuera un carnaval. Se pretende desligar del amor la responsabilidad, por ejemplo, la honradez, la virtud y hasta el pudor. Se pretende fabricar versiones plastificadas del amor. Y aunque la flor artificial sea hermosa jamás tendrá el perfume de una flor natural.

Volver al amor simple, puro y quizá (y aunque sea demasiado pedir) inocente. Eso es lo que pretendo, separar al carnaval / del amor, en mí por lo menos. Y esa mujer, la que vendrá, tiene que tener el rostro y la sonrisa de Julieta Venegas y la coquetería de una cantante, una francesita llamada Alizze. Me gusta Julieta Venegas desde siempre, desde que me dijo “eres para mí” quiero invitarla a “andar conmigo”, pero sé que debo ir más “lento”. Julieta nunca leerá estas líneas, como pueda que nunca conozca a alguien que se parezca a ella, a alguien que me regale la alegría de saberme amado.

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