miércoles, 12 de enero de 2011

REFLEXIONES



REFLEXIONES

Cuando la Navidad
era más nuestra

Nadie detiene el tiempo y los inevitables cambios que este produce en los hombres y la naturaleza. La realidad social se va modificando paulatinamente haciendo que muchas de las formas del comportamiento humano, usos y costumbres cambien o desaparezcan. Mucho del pasado queda en la memoria y se convierte en sentimiento nostálgico que, poéticamente, se traduce en aquello de que «todo tiempo pasado fue mejor». Y en honor a la verdad, muchas cosas del ayer fueron mejores que las de hoy y eso porque, en el caso de nuestros pueblos, todavía no había llegado el progreso que, en su forma más prosaica de entenderse, se materializa en mayor número de gente, más negocio, más dinero, más facilidad para ir o venir de un lugar a otro, más vehículos motorizados, más ruido y humo contaminantes, nuevas tecnologías, más diversión y también más violencia y corrupción.

La vida apacible y autárquica de nuestra gente de hace cincuenta años o más, permitía un mundo más familiar. La muerte era más sentida y acompañada y el tañer de la campana de la iglesia era escuchada por todos cuando anunciaba la misa, el fallecimiento de alguien o algún suceso aciago. Todos se conocían, pero se daba hospicio al desconocido caminante que llegaba de paso por los caminos largos y escabrosos de la época. En apariencia, porque así se sentía, el tiempo duraba más y se disfrutaba más de la vida familiar y se mantenía el reverente respeto al mayor de edad, especialmente al anciano, cuya experiencia y autoridad fue el elemento clave para la supervivencia de los pueblos cuando aun el estado no tenía presencia formal en éstos .

Las fiestas se hacían de otra manera y, entre ellas, la navidad tenía una manera distinta de disfrutarse. La navidad no era sólo el 24 y 25 de diciembre y tampoco la diversión desenfrenada, el costoso regalo o los pavos y panetones. Era más que eso, era la devoción y el profundo sentimiento de adoración al niño Dios con danzas, canciones y misas celebratorias. La misa del gallo se hacía a las doce de la noche porque no había apuro para ir de jarana. El ambiente se impregnaba de navidad desde mucho tiempo atrás cuando el bullicio de los niños, los tambores y silbatos anunciaban los ensayos de las comparsas de pastores que, desde el mes de noviembre, se preparaban para tan excelsa y magna fecha. Y cuando la oportunidad llegaba, los pastores discurrían por las calles entonando los clásicos villancicos y se detenían a danzar y a expresar sus sentimientos en verso frente a los nacimientos que espontáneamente la gente construía en sus viviendas; allí eran agasajados con dulces y bebidas tradicionales. En el ambiente se dejaba percibir “la presencia inadvertida de Dios” y el corazón se llenaba de emoción y gozo por la suprema bondad del Creador. No había desesperación por el regalo ni apuros para hacer lo que la sociedad de hoy obliga, aparentar felicidad y bienestar en medio de dificultades cada vez mayores y empeñando caramente el futuro. Es que en esa ápoca la calle era de nosotros, era de la gente y se podía caminar sin apremios ni temores. Ahora las calles son de los vehículos en donde no falta gente imprudente que los conduce. Así, las clásicas comparsas, los nacimientos en las veredas y las danzas y canciones no pueden expresarse y, cuando se intenta revivirlas, se reducen al espacio pequeño de algún pasaje del barrio populoso y deja de ser trascendente y de ser la expresión más cabal del sincretismo mágico religioso que nuestros pueblos han construido a través de los años para asumir el cristianismo sin abandonar totalmente su formas tradicionales de expresar su fe en el Ser Supremo •◘

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