lunes, 4 de abril de 2011

Opinión



Los perros del Paraiso
Escribe: Tenchispa warmi

Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, pero no siempre las cosas han sido al revés. Hace poco que he vuelto a tierras tarapotinas después de una larga estancia en el extranjero. En este tiempo nuestra ciudad ha logrado fama de paraíso terrenal por su exuberancia vegetal y gran biodiversidad. No en vano la cuenca del Amazonas es considerada el pulmón del planeta y eso lo saben hasta los más despistados ciudadanos de cualquier lado. Esto enorgullece a los que hemos nacido aquí, por supuesto, pero no todo es lo que parece.
Esta servidora que les escribe pertenece a este pueblo sanmartinense y sabe com
o somos. Pero por cosas de la vida ha tenido la fortuna de irse a dar una vuelta por el mundo, lo que le ha permitido nutrirse de nuevas ideas, ver otras formas de vida y procurar quedarse con
lo mejor de cada caso para transmitirlo en su trabajo profesional. No todo es perfecto allá afuera, no, no, también adolecen de defectos a pesar de sus modernidades, como todos. Tampoco soy partidaria de venir a contar sólo las bondades porque no es cierto. Todos somos humanos y erramos en algún aspecto y nuestros vecinos continentales no se libran de su parte. Pero hay cosas que por obvia madurez se han asumido y sentado como precedente en muchos sitios y es el caso del mínimo trato de dignidad hacia los animales que nos hacen compañía en casa como son los perros y los gatos.
No voy a comparar cómo en gran parte de los países anglosajones existe una seguridad social para animales de compañía parecida a los humanos, en donde nuestras mascotas tienen su propia cartilla de sanidad y atención gratuita. Tampoco voy a alardear de que existe en cada país europeo decenas de ong’s que velan por los derechos de los animales y hacen un fuerte activismo por salvarlos del maltrato, yendo contra cualquiera que ose vulnerar el mínimo rigor de respeto por la vida, incluso con violencia. He visto a gente desnudarse en plena calle por los toros, personas mecharse a golpes por los zorros, jóvenes arriesgar sus vidas por liberar nutrias o visones cautivos que iban para abrigos de señoras, e incluso chicas colarse en granjas para salvar gallinas aún a costa de que las metan un balazo o vayan a la cárcel. Miles de ciudadanos anónimos hacen actos espontáneos de ayuda y protección a estos hermanos menores que viven a la intemperie en la calle. Así, no es extraño encontrarse en cualquier descampado, pié de árbol o esquina de la ciudad, un recipiente con un mínimo de agua y comida seca dispuesta para algún desamparado animalillo. Y las perrera no se llaman así, sino refugios o albergue de animales, lo que denota un trato más humano para los mismos. Dentro de estos refugios he vi
sto un tipo de activismo curioso, personas que se introducen en las jaulas de perros por horas, para devolver en los casos agudos de maltrato, el afecto y la confianza perdida del anim
al en el género humano. Y he conocido a maravillosos terapeutas que se comunican con los animales. O sea que hay una extendida sensibilización de personas de a pié por este grupo animal que convive con nosotros en nuestras casas desde hace miles de años.
Por eso cuando llegué a esta cuna de pretendida biodiversidad inmediatamente me llamó la atención la enorme proliferación de canes deambulando por toda la ciudad como si estuviesen vagando sin dueño. Perros durmiendo al ras de la calle en donde para milagro de mis ojos no han sido rebanados por un mototaxi. Y lo peor de todo es que se comentara como cosa ordinaria que se los envenenan como a ratas. En el lote mortal van incluidos los gatos. Empecé a indagar un poco más y me contaron que sólo hace pocos años incluso las autoridades sanitarias organizaban envenenamientos masivos contra estos indefensos seres como si de plagas se tratasen. Ni qué decir que hasta los militares se valían de los canes -mi hermano que hiciera el servicio militar nos lo contaba- para mostrar coraje de combate. ¿Será verdad lo de los estudiantes de veterinaria que los cazan para sus prácticas? ¿Y el circo ambulante que sospechosamente hiciera desaparecer perros en sus confines para beneficio de sus fieras? ¿Y algunas personas que disfrutan saltando la habitual dieta de carnes para probar la carne de gato? Son anécdotas no sé si veraces que me relatan algunos paisanos pero que dan idea de cuál es el grado de consideración que gozan estas mascotas en nuestra ciudad y denotan la triste realidad que afrontan día a día, una realidad que va más allá de la idílica imagen de hallarnos en un paraíso terrenal. Yo diría que para ellos sería algo así como un pequeño infierno de sálvense quién pueda que viene el hombre.
Un día acudí a la apertura del Mercadillo N° 2 para corroborar ipso facto una situación habitual que allí se produce. Desde el primer momento los pobres cánidos acuden prestos a llevarse algún bocado descartado de las carnicerías. Muchos son vagabundos -se los nota por la sarna que cubre su pelaje- y otros más bien descuidados por dueños que los dejan durmiendo en la calle. Pero eso no es todo. A eso de las 8 aparecían más perros, como bien me advirtió un vigilante, andaban escurridos entre las piernas de los viandantes y husmeaban tras los bastidores de los carniceros. Sorprendía ver cómo habían aprendido a moverse con sigilo, leyendo los lenguajes corporales de la gente para no producir demasiadas fricciones, pero atentos a algún trocito que caía de las mesas. Incluso si pasaban cerca de una pieza de carne mayor no la trincaban, sorprendentemente la respetaban como si supiesen que sólo los trozos pequeños les eran permitidos. Me han contado algunas vendedoras que algunas veces hay alguno que se ponía
agresivo al punto que tenía que ser repelido por los carniceros a machetazo limpio, lo que explicaría la enorme cicatriz que uno de los perrillos tenía en plena cara, u otros que eran espantados con agua hirviendo. Pobres insensibles, no saben que cualquiera de nosotros con hambre -o sin él- podemos volvernos más que peligrosos.
Para empezar, un perro no es un objeto y un gato no es un juguete. Ambos, con los miles de años de convivencia humana que llevamos -25 mil perro y 9 mil gato- han desarrollado una enorme capacidad de adaptación a nuestras necesidades mucho mayor que cualquier otra mascota que poseamos. Estos hermanos menores han conseguido ejercer funciones más allá de las meras decorativas o de compañía que en principio les habían conferido. El perro por ejemplo es un buen terapeuta que ayuda a recuperarnos de decepciones en el género humano: una pérdida irreparable, un mal de amores, falta de fe en la vida o incapacidad de amar y compartir; sa
be consolar un llanto, puede salvar de morir y hasta dar su vida por su amo. Cuando permitimos que uno de estos animales entre a nuestras vidas, ésta se llena de alegría, de ternura y nos despierta los mejores sentimientos fraternales. Un gato en cambio ofrece una amistad algo más sobria pero así mismo entregada. Para los que nos gusta escribir y leer es una estupenda compañía que tiene una función benéfica de ayudarnos a descargar exceso de energía negativa producida por demasiado contacto con el computador por ejemplo -de allí que les encante pasearse sobre la mesa mientras tecleamos- que él absorbe al dejarse pasar nuestras manos por su lomo, amén que intuye peligros ocultos y avisa de aparición de problemas si sabemos interpretar sus gestos. En definitiva, se trata de seres no sólo bellos sino útiles y que constantemente nos recuerdan lo necesitados de afecto que andamos. No voy a comentar sobre mis experiencias transpersonales habidas con mascotas muy queridas por mí, pero, aunque no lo crean, tienen alma, puesto que tienen sentimientos. Y, ay, que si lo tienen, se los juro.
Por eso cuando me informó un propio delegado de la policía que ni incluso ellos mismos no podían hacer nada al respecto, debido a que las autoridades no les apoyaban con infraestructura para un albergue o medidas más contundentes para atajar el caos ciudadano por descuido de la gente, me di cuenta que el problema es endémico.
Pero voy más allá. El problema no es estructural sino humano, o sea, venido de nuestro profundo interior. Dice un dicho que de cómo una sociedad trata a sus animales se sabe de su grandeza o miseria, y tiene toda la razón. Tarapoto ha sido un lugar idílico toda la vida gracias a la inestimable generosidad de la naturaleza. Ahora es una potente ciudad económica y turística que goza de fama que bien desearían otras tantas ciudades. Pero mientras nosotros sus habitantes no despertemos a una genuina concienciación de que no somos más que los meros regentes de su biodiversidad, es decir, sus guardianes, empezando por lo más básico y cercano como es el trato con nuestros perros y gatos, jamás, jamás, léanlo bien, dejaremos de ser los primeros animales en domesticar. No es hacer las cosas para que los turistas nos visiten, que es como poner tules a un cuerpo corrupto. Sino en despertar desde lo profundo de cada uno la nobleza que siempre ha caracterizado a nuestra gente y su cultura, ahora medio olvidada por un descontrolado crecimiento y un exceso de materialismo. Es de buen cristiano, si se precia decirlo, protegerlos y respetarlos.
Queridos hermanos tarapotinos, amemos a nuestros animales como en antaño lo hacían nuestros ancestros. Recuerden que ellos también son por derecho propio convivientes de estas tierras y merecen el mismo respeto y afecto que todos esperamos de los demás. Si dejas que entren de verdad en tu vida, recuerda que te estarán devolviendo tu humanidad perdida •◘









1 comentario:

Anónimo dijo...

bolothsiempre eh dicho algo todo lo que un hijo de puta le haga de malo a un perro lo pagara.cuando saco mis perros a pasear los dejo solos haber si alguien se atreve a tocarlos y ando con mi 9mm lista para darle candela al que me los toque o toquen a uno de la calle.poreso no creo en la tolerancia mas vien.plomo a estas hijos de puta.