lunes, 4 de abril de 2011

Actualidad


DE NUEVO EL FANTASMA DE VOTAR POR EL “MAL MENOR"

Manuel Rodríguez Cuadros, candidato presidencial renunciante

La renuncia de Manuel Rodríguez Cuadros a la candidatura presidencial, no es un hecho que debe verse sólo como el fracaso de un conglomerado político llamado “Fuerza Social” ubicado en la indefinida izquierda moderada, electoralmente triunfante hace pocos meses al llevar a la alcaldía provincial de Lima a Susana Villarán, sino como algo que puede marcar la pauta de lo que será el final de la contienda electoral presidencial que terminará en junio de este año. Según la terminología usada por la izquierda, pocas veces como ahora, se habrían dado las condiciones “objetivas” y “subjetivas” para un triunfo de la izquierda en una candidatura presidencial y lograr, desde una perspectiva racional y responsable, la reorientación de las políticas de estado en la generación y distribución de la riqueza con justicia y equidad. Por un lado, el cansancio de la población que quiere un cambio sustancial pues siente que los sucesivos gobiernos han caído en una corrupción cada vez más abierta y desbocada y que, si bien han logrado un espectacular crecimiento macro económico, lo han hecho, sin cautelar con responsabilidad patriótica y de futuro los recursos naturales no renovables del país. Se siente que la negociación para lograr ingentes beneficios con los intereses del estado es cosa cotidiana y permanente. De otro lado, la sucesiva instalación en América Latina de gobiernos que intentan un manejo más independiente de su economía frente a los centros de poder imperial, ha abierto la posibilidad de conseguir, no sólo bienestar material para pocos, sino también la tan siempre ansiada justicia social, permanentemente pregonada como escamoteada.
Pero, las denominadas izquierdas, han demostrado una vez más lo difícil y, tal vez, lo imposible que es lograr que se unan tras un proyecto común. La histórica división que nació con las discrepancias entre comunistas y anarquistas en la segunda mitad del siglo XIX, se agudizó luego del triunfo de la revolución rusa con el ascenso al poder soviético de Stalin, la defenestración y posterior asesinato de Trotsky, la eliminación de la vieja guardia bolchevique en los ignominiosos juicios de los años 30 del siglo pasado, la ascensión al poder de Mao Tse Tung en China encabezando una revolución de campesinos empobrecidos en un país terriblemente feudal, el viraje al comunismo “revisionista” de la Rusia de Nikita Krushev, la irrupción de la revolución cubana y el trajinar guerrillero de Ernesto “Che” Guevara, la infiltración de agentes y la traición de líderes como Eudocio Ravínez en el Perú, por ejemplo, entre otros hechos. Las peleas ideológicas y metodológicas llevaron a la atomización y dispersión de la izquierda mundial y, consecuentemente, también de la peruana en grupos que por décadas han mantenido posiciones irreconciliables por creer que cada quien tiene la verdad o la #posición correcta”, al extremo de que un izquierdista, de hecho, es el peor enemigo de otro izquierdista que no sea de su grupo.
Ni la carismática presencia de Alfonso Barrantes Lingán, el extinto líder de “Izquierda Unida” que también llegó a la alcaldía de Lima logró la tan ansiada unidad; los grupos denominados maoístas siempre estuvieron en su contra. Pero, nunca se ha dejado de expresar a través del discurso, pero más en el sentir de la clase popular, la necesidad de la unidad para, sino alcanzar el paraíso como pretendía el comunismo, por lo menos disminuir la desigualdad, acabar con las guerras fratricidas y rescatar a millones de seres humanos de la miseria y la marginación.
Este proceso electoral presidencial y congresal pudo haber sino el momento de esa unidad y que debió expresarse en una candidatura unitaria que, con puntos de acuerdo mínimos expresados en un programa común, enfrente la lucha contra los partidos que representan a la denominada derecha que, con su variados matices y partidos políticos, es la expresión política del sistema neo liberal que pretende seguir dominando el mundo y que ha demostrado haber tocado el límite por las severas y sucesivas crisis que confrontan los países que mejor se adscriben a él. Los movimientos regionales que nacieron casi siempre de la protesta y el reclamo reivindicativo, no hicieron más que alinearse tras los partidos que les darían sobrevivencia y, en el mejor de los casos, algunos escaños parlamentarios. Es decir, los principios y la escasa ideología se han tirado por la borda para ser parte de la “fiesta electoral” cuyas mayores utilidades no las recoge el pueblo peruano.
Con la renuncia de Rodríguez Cuadros, sólo queda en el escenario electoral Ollanta Humala como la figura que representaría una posición progresista, pues los más pequeños, por más que se esfuercen en convertirse en contestatarios, no han logrado pegar en el electorado nacional.
Según una de las encuestadoras, el representante de “Gana Perú” ya ocuparía un segundo lugar, aunque fue rápidamente “corregida” por las otras, pero si la tendencia se mantiene, podría llegar a ser parte de la contienda en segunda vuelta y, ese será el momento, en que todos los grandes partidos de la derecha que ahora compiten con ferocidad y sin escatimar acusaciones e insultos, se mirarán amorosamente y se estrecharán en abrazo fraterno para evitar que triunfe alguien que represente a lo que han dado en llamar el “anti sistema”. Será el momento en que se olvidarán los agravios, la extra nacionalidad, las coimas y sobrevaloraciones, las negociaciones para las concesiones mineras, los incumplimientos de promesas y todo cuanto se haya hecho bajo la mesa. La unidad, como en los tiempos de Manuel Prado, será necesaria para “salvar la democracia” y no importará que sea el “mal menor” aunque después resulte siendo el peor de los males. La gran prensa comprometida con esa posición se encargará de decorar el pastel. Y no faltará también alguna izquierda despechada que opte por ese camino. No sería la primera vez que lo haga. Obviamente, no habrá un Pedro Cordero y Velarde “Apu Inca Verdadero” que, como en 1956, malogre la fiesta inicial de los príncipes golosos de poder.
La imperfecta democracia tiene, con seguridad en estas elecciones, otra gran oportunidad para demostrar cuán imperfecta es en realidad •◘

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